Esta exposición que la Fundación Fuerte ofrece, reúne una selección temática de obras de Antonia López Luque (Luque) y Enar Cruz. Ambas artistas, de procedencias diferentes, formaciones distintas y trayectorias dispares, coinciden a nivel de estilo en un expresionismo luminoso y vitalista; pero a un nivel más profundo, coinciden en mucho más. El afecto, la soledad, el amor, la alineación, la esperanza, el sueño…aparecen en sus obras sin dramáticas sobreactuaciones ni etiquetas maniqueas. Justo es esa medida, ese sutil temblor que tanto Luque como Enar Cruz saben transmitir, lo que más interesa de esta exposición.
En las obras de Enar Cruz, sean sobre lienzo o sobre papel, fluyen las evocaciones en una cadencia ensoñadora, donde los colores son líneas que trazan un mapa en el que el espectador reencuentra lugares comunes. Lugares de momentos apetitosos en su exuberancia, que se manifiestan en un continuo estado de ingravidez, al ser frutos del anhelo. Es la caligrafía de la presencia reclamada, la vuelta a la primera necesidad de la pintura; que no es la descripción del objeto recordado, sino del sentimiento del deseo. Una caligrafía sinceramente autógrafa que hace partícipe a la emoción gracias a una conversación tan rica como inagotable. Conversación que usa un lenguaje plenamente vivencial, donde las formas juegan con tendencia a la espiral, las flores excitan a la vida, los corazones son epígrafes o la propia desnudez sugiere pistas de una biografía, de la que el espectador puede apropiarse como propia. Pistas para el descubrimiento – o el redescubrimiento- que en ocasiones aparecen acompañadas de ligeros graffitis explícitos (amo, vivo…). Las obras de Enar Cruz se caracterizan por la destreza compositiva y el dominio de la paleta, pero sin caer en las tentaciones propias del ornamento encandilador o el vacío virtuosismo. Se alejan de la delicada frontera entre el arte y el artificio, evocando la pureza de la sensación primera con una naturalidad alcanzada gracias a la franqueza. Pero esa pretendida inocencia no está exenta de maestría en el uso del color, e incluso de valentía cuando acostumbra a pintar con una saturación cromática intensa, de altas notas, de voz firme.
Complementando la ingravidez de la pintura de Enar Cruz, las obras que Antonia López Luque (Luque) presenta en esta exposición reivindican la presencia desde la materialidad, porque Luque es escultora incluso en su obra gráfica. Hay en las superficies de sus esculturas (sean de terracota, resina o metal) y en las improntas sobre el papel (especialmente en los collagraphs) una exaltación de las texturas, una necesidad de sentir la piel de las cosas, un elogio, en suma, de la naturaleza. De una naturaleza que se presenta personificada, sea tanto en la caracterización de los cuatro elementos, sea en forma vegetal, sea quimérica como una sirena, o sea como uno de sus más hermosos misterios, como la maternidad. Así en las esculturas estas personificaciones ofrecen una continua combinación de materiales, que fluctúan entre la calidez de la tierra y el frío del metal; en una mezcla que no hace sino señalar la extrañeza por lo anómalo, fruto de la injerencia en el orden natural de las cosas. Podríamos pensar llegados a este punto, que en muchas de las obras de Luque late el lamento; pero se trata de un lamento no exento de ternura, lejos de los principios del arte de denuncia o de protesta, y más cercano a la invitación a una reflexión a favor de la vuelta a lo natural apelando a lo emocional. Es quizás por ello que sus obras nos conmueven y por tanto apelan a la esperanza, envueltas de una estética que reivindica la belleza de las cosas. De especial importancia son los títulos de las obras, porque enfatizan el sentido con el que las obras han sido concebidas. Al fin y al cabo, nos encontramos ante las obras de una artista que tiene mucho que decir, y que sabe decir.
Por último, debemos celebrar la coincidencia de Enar Cruz y Antonia López Luque en esta exposición bautizada como Presencia y Ausencia, porque la concurrencia de sus obras va más allá de la casuística, y nos hace revisar como público la necesidad de reafirmar que la practica de la belleza no menoscaba la efectividad del mensaje. Gracias a ambas artistas por conseguirlo.
Germán M. Borrachero
Director
Museo del Grabado Español Contemporáneo